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[Diario] Madurar un poco #3 – Por Diego El Zein

[Diario] Madurar un poco #3.

Por Diego El Zein.

Mis 15 años en mi barrio natal, Banfield Oeste. Salir a bailar con mi amigo hermano Leonardo Adrián Rodríguez, que éramos tarjeteros de matiné y tener algunos encuentros virginales. La posta es que andábamos casi todo el día después del cole en la calle, en el barrio con los pibes. Los pibes eran en su 90% nenes de padres ricos, compartíamos nuestra pasión por el skate, por el picadito cordón a cordón sobre empedrado y por las fogatas. Hago referencia a nenes de padres ricos ya que si bien entre nosotros casi no había problemas (casi) sociales, se notaba, por ejemplo, que a ellos sus papis les traían sus tablas Powell Peralta, con sus súper ruedas y sus Vans exclusivas para este deporte, más  toda la parafernalia. Solo unos pocos teníamos nuestra querida Agression de fabricación nacional ¡Un caño! La fabricaba el hermano de Javier Tainta, un gran compañero de la primaria. Era un gran Fiat pero no una Ferrari.
Usábamos las pocas calles asfaltadas que había y que hoy siguen siendo las mismas porque los vecinos quieren,  parece bien conservar el empedrado.
Bueno, igual empatizábamos jugando al futbol hasta con los que no tenían skate, y también se sumaban los más grandes. Los intocables. Los dueños de la esquina. Los pibes que ya tenían 18 o más años. Ellos se vestían como rockeros, no nos daban ni la hora pero cuando estaban en simpáticos o re locos jugaban con nosotros. Hasta el día de hoy mantengo una amistad con ellos; paradójicamente no conservo lazos con los de mi edad, salvo un par.
Cuando hacíamos una pausa ellos compraban Coca Cola y Pringles y nosotros Cindor y Jorgito. Una vez, prendimos una fogata tan grosa que alcanzo los cables de luz y se empezaron a prender como  dinamita. Nosotros hipnóticos nos regocijábamos escuchando alguna banda thrash, compartiendo discman, hasta que una pobre vecina, aún vive, se acercó y me encaro a mí. Y me dijo: «Escúchame hijo ¿Qué hicieron? ¿Están locos? Tienen que apagar esto, es una desgracia, van a incendiar el barrio». Emoji cara pensativa.
Yo re guarango, rebelde, pendejo, mal aprendido, y con fuego, le conteste, con las dos manos en mi entre pierna: «Apágame el fuego interno vieja de mierda». Y bueee.
Ahora me cae la ficha. La mayoría de estos pibes ricos jugaban al rugby, es actual o para mí como que recién sale a la luz  esa sub cultura cobarde que discrimina al más pobre o hace daño al que no pertenece. Lo viví. Mi abuelo me hizo, nos hizo, una re rampa de street y estábamos todos re contentos. Un día estaba en cama y vinieron a pedírmela, obvio, mi vieja se las dio. Hete aquí que a las 4 o 5 horas apareció hecha trizas en la puerta de mi casa. No eran todos hijos de puta, eran dos o tres. Otra vez, mientras hacían unos patys y salchichas en el cordón de la vereda de una obra en construcción, veo mi skate rodando directamente al fuego, empujado por un patodón de un nacido en cuna de oro, falto de amor al prójimo. Resultado: una gran cagada a trompadas. Ahí, empecé a laburar y dejé a los malditos inentendibles niños ricos malos.
¡Importante! No todos eran hijos puta, solo 3 de ellos. De la pandilla 5 de ellos iban al mismo colegio y 2 eran buenos pibes. El Santi con su cultura musical me hizo escuchar los primeros vinilos de rock de los Stones, Queen y Kiss. Y el Chemo era un santo, discriminado por pobre como Leo y yo. Una vez Leito, todo contento, trajo una pelota Adidas Jalisco Mundial 86, oficial, a estrenar. Estos barbaros la reventaron a patadones contra una pared de ladrillos puntiagudos, la tajearon toda. Se habla de la tristeza de los chicos ricos pero estos tenían odio.
¡Ya está! El ciclo de la vida continúa. Nosotros seguimos juntándonos haciendo fueguito y tirando unas carnes en armonía. Ellos seguirán juntándose a tomar champagne mientras su galera se moja cuando llueve.
Recapitulando. No nos daba el piné, hablo en plural porque cuando lo lea Lea se sentirá identificado, él ya sabe. No nos daba porque yo recibía una guita por semana y siempre les pedía un poco más. Hasta que un día vino mi viejo, cabrón, pero realista y salvador, y me dijo: “Querés más guita vago de mierda, vení a laburar conmigo a la lanera».
Por dentro pensé: “Basta de quejas vecinales por juntar soretes de perros y elegir una ventana abierta para arrojarlos a la casa más cheta ¡Un poco de madures! Es guita para el baile. Aparte, sos el hijo del dueño ¿Qué puede salir mal? …”.
Hubo pocos cambios tan rápidos y radicales en mi vida como este.
Mi viejo se levantó, me hizo un mate cocido, se fue una hora antes, me dejo plata para el bondi y me aclaro con su típica carita simpática amorosa: llega temprano o arrancamos mal.
Él es así, un dulce de leche en algunas acciones y caracúlico y cabrón. Suele estallar de ira fácilmente aunque jamás nos levantó la mano ni agredió más allá de lo verbalmente merecido.
Bueno sigamos. Al arrancar en la lanera mi viejo ya le había dado instrucciones a la encargada sobre mis actividades. Limpiar el baño, los depósitos, el pasillo, el entrepiso, ayudar a bajar y acomodar mercadería, pasarle limpia vidrios a las vidrieras, hacer los mandados, aprender a atender a la gente, memorizar los 300 artículos, hacer los bancos, barrer la vereda. Y podría seguir. Odié los primeros meses pero al día de hoy se lo agradezco infinitamente. Me hizo entender lo que es empezar de abajo. Aparte las empleadas me adoptaron de una manera tan copada que pegamos buena onda. Y así termine el secundario. Con un laburo familiar cómodo donde, en esa época, llegue a ser vendedor y chamuyaba a las doñas; horas de charla para vender tres mangos, terminaba con la boca seca, pero ya a esa altura eran las chicas quienes me hacían el café o iban a comprar facturas. Me lo había ganado, ya éramos compañeros.
Pero el tiempo pasa. Algunas se fueron, las temporadas fueron mermando, mi padre me responsabilizo de la caja. Era el encargado y empezaba la facu. Me anote en la UNLZ (Universidad Nacional de Lomas de Zamora), junto a mi amigo y hermano Leonardo, en la carrera de Licenciatura en Publicidad que a la mitad de materias cursadas podíamos cambiar a periodismo.
El noble cabrón de mi viejo me permitía cambiar horarios, faltar y manejarme libremente para estudiar. Un crack.
Hasta que la cagué, o la tuve que vivir. Al tercer año, después de trabajar y estudiar, y salir, muchas materias no metía. Leo ya había tirado la toalla por una novia, hoy su mujer, y por algún motivo familiar y otras yerbas. Y yo curtía el «Grato café», de esquina banfileña, el bar de levante, de semi elegante sport, chiquito, casi exclusivo, de barrio, reducto de jóvenes con sed de sexo casual, los reservados, en la parte de arriba, eran telos gratis, la consumición era más cara pero podías hacer lo que quisieras.
Había un DJ, muy copado, su hermana y su troupe de amigas, cual fans asistían religiosamente al grato café. Yo ya estaba embobado con Cecilia, rubia, tez trigueña, ojos verdes. Era la hermana de Martin, el extasiado DJ. Una noche sin mucho esfuerzo nos besamos, y algo más. Mis amigos se fueron preguntándome que iba a hacer. Mi respuesta, de embobado, fue que me quedaba para esperar hasta que ella se vaya con el hermano. Me miraron con desconfianza pero me dejaron ser con alegría.
Ahí arranco una montaña rusa. Ya tenía registro, al Gol blanco 94 de mi vieja lo usaba más que ella. Iba del laburo a la facu y de ahí calzada a verla a la Chechu. Más de una vez mis amigos me juraron haberla visto con otro. Yo me enojaba y no les creía. Nada grabe con ellos. La confrontaba a ella y me ponía sus dedos, con uñas hermosas pintadas, en mi boca y bajaba suavemente hasta mi sexo, me dejaba seco, y limpiaba su culpa. Automáticamente le daba el indulto. Ella 24 y yo 18. Ella terminando el profesorado de Educación Física. Muchas veces fui a buscarla de sorpresa y me encontré con que otro morocho. Después descubrí que siempre fue el mismo. También esperaba por ella, al verme ella le discutía dos palabras y se subía a mi auto. Era una lucha constante. Estando en su casa, su padre capitán de barco mercantil, no estaba casi nunca, la pobre santa madre permitía entrar a los amigos, y no eran pocos, se llenaba la casa. En verano la pileta, la parrilla, una fiesta eterna de porro, éxtasis, más por el hermano y sus amigos, y buena música. De mi parte, sola una vez y con ella tome éxtasis; terminamos desarmando una escondite secreto de su placard donde atesoraba disfraces de mucamita, Gatúbela, enfermera, Mujer Maravilla, chiches varios ¡Un lujo, una caja fuerte de placer personal que abrió para mí! Al menos eso pensé en ese momento.
En esas fiesta, más que nada en verano, estén o no sus padres (sordos, ciegos y mudos), era libertinaje total. La pileta no recibía ningún tipo de traje de baño. El equipo de Martin, su hermano DJ, era realmente una monstruosidad; armábamos nuestra propia rave cuando aún ni existía el término. Había sol, chicos, chicas, música, parrillada. Si estaba el padre, su hijo le ponía auriculares, y el tipo cocinaba al disco empanadas para el bajón, era salteño. Él cocinaba muy rico, hacia las empanadas y un locro místico con un delantal en bolas. Le convidábamos porrito. En algún rincón había hamacas paraguayas. Se armaban mini fiestas o tríos. No porno full pero si erotismo a pleno. La música de avanzada, se hacía traer discos de Ibiza por el padre, más las drogas de diseño.
Al comenzar el atardecer empezaban a hacer efecto las drogas del amor, más tarde todo el parque era Woodstock. Más de una vez tuve que esquivar un arrumaco peneano de un invitado. Mientras Cecilia aceptaba caricias de sus amigas y gentilme compartíamos cuerpos. A 10 metros el padre cocinando al disco chorizos a la pomarola, o lo que fuera, solo se daba vuelta para sonreímos y darnos el ok.
Yo me sentía enamorado, a ella no le convencía la historia de darnos la mano al caminar por la calle. Una vez nos gritaron, va, me gritaron: ¡CORNUDO! En pleno centro de Calzada.
Tenía buen trato con dos de sus mejores amigas, me miraban como bicho raro pero muchas veces me secuestraron del brazo y me confesaron que, gracias a mí, algo en ella estaba cambiando. Sabían que estaba sintiendo algo diferente a lo descartable.  Bajo amenaza me confesaron que lloro cuando le dije que iba a dejarla ya que sentía que no estaba enamorada de mí. Hubo un mínimo cambio pero fue para transformarse más cruel. Empezó, en cada orgasmo, a decirme que me quería. Después que me amaba. Yo estaba en un túnel que ni Sábato podría salir. Tenía a sus amigas de mi lado, realmente les creía. Me habían contado todo. Ese morocho, era un ex novio que la re cuernió, y las veces que mis amigos la vieron fue porque no pudo o podía despedirse. También me contaron de un trio que el pijudo (el ex) organizo con una de ellas, y ahí yo me fui decayendo en autoestima.
Y un día, todos los papeles sobre la mesa. Una noche de verano, paspándome los testículos en fricción amorosa acuática en la pileta, tuvo la gentileza de decirme que la perdone o que la odie de por vida. Sus palabras fueron algo así: llegó a un punto hermoso de amor conmigo pero seguía enamorada de su ex. Nunca la voy a odiar, a esa edad estuvo copado todo lo que viví gracias a ella. Sí, un poco perra pero sin odio. Evidentemente no solo fue conmigo pero desde el segundo día cambie mi vida. Pedí el analítico de la facu, con la idea de cambiar. Sin llorar, me anote en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG). Partí a un nuevo episodio.
En la Universidad me iba bien aunque sentía que el mundo avanzaba más rápido que yo. Siempre con mi ansiedad. Aproveche este corte de novia, de falsos amigos (los malditos rugby) y de largar la carrera para anotarme en la mejor escuela gastronómica del país.
Quise aclarar un poco mi mente y alma, me saque un pasaje de ida a Mendoza. Ahí sí conocí al amor real. Les pregunté a 3 o 4 amigos, nadie podía acompañarme. Pero el mismo día, antes de subirme al micro, aparece con su mochila mi amigazo Mariano Mazzini. No será la primera aventura que compartiremos. Hasta la próxima.

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